Por favor dejen de “salvar” a SanCor

La cooperativa anunció un nuevo “salvataje” que se negoció a espaldas de la comunidad, con el protagonismo del gremio lechero y el gobierno nacional.

Publicidad gráfica de la década del 80, cuando Sancor tenía 160 mil empleados.

Por Fernando Garello – Estoy a punto de cumplir 53 años, nací a fines de enero de 1969 en la vieja clínica de la familia Tita. SanCor forma parte de mi universo simbólico, crecí consumiendo sus productos, jugando con compañeritos cuyos padres trabajaban allí, visité la fábrica con la escuela, me puse la remera de Yoplait, la marca francesa de yogures con la cual se realizó un efímero joint venture, en un encuentro de mini básquet que se hizo en Buenos Aires a principios de los 80.

Su nombre aparece en lo más profundo de mi memoria asociado a cientos de vivencias y a una palabra clave que se repite a través de los años y las décadas: “salvataje”. Desde que tengo conciencia, aproximadamente a principios de 1976, escucho que a SanCor la están salvando, ya sea de las contingencias de la frágil economía, el clima, el precio de los commodities o la propia incapacidad de sus directivos.

A SanCor la “salvaron” los militares, la democracia, la derecha, la izquierda, el chavismo y el capitalismo internacional, como si se tratara de un relato de cómic donde abundan los villanos de toda especie.

El principio del fin

Sin embargo, a principios de 2000 se inició la serie de salvatajes más nocivos, como el que se ejecutó con el gobierno venezolano, en primera instancia, y con un grupo de empresas nacionales, después. Fue tan negativo que la cooperativa terminó desmembrada y desguazada, vendiéndose sus plantas y marcas a especuladores que evidentemente no están interesados en ofrecer una solución definitiva, tal como quedó demostrado en los últimos meses. Es innegable que la aparición de un nuevo actor, el gremio lechero liderado por Héctor Ponce, terminó de sellar la suerte de la cooperativa.

Recuerdo cuando a principios de los años 2000 algunos periodistas locales celebraban acuerdos salariales cada vez más elevados, como si se tratara de una competencia en la que hay que batir récords al estilo de los juegos olímpicos, mientras los productores lecheros se empobrecían más y más y se veían obligados a cambiar de actividad y los consumidores dejaban de comprar lácteos de calidad.

Cada vez que Ponce y su cohorte violenta celebran un “nuevo salvataje” de SanCor, los sunchalenses ya sabemos lo que habrá de llegar. Algo no cierra en esta saga de villanos y salvadores. Curiosamente, durante los últimos veinte años, mientras SanCor se achicaba, la Atilra de Ponce crecía y se multiplicaba, abriendo discotecas, clínicas y centros de educación.

Quizás el problema es la salvación misma, una palabra compleja que encierra un significado oculto contrario de lo que aparenta representar. Quizá haya llegado la hora de dar vuelta la página, dejar de lado a los salvadores y ponerse a trabajar de manera seria para que nuestros hijos no crezcan con historias fantásticas de falsos héroes y villanos.

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